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Mirla Pérez: “La neutralidad no es una opción, hay que construir una estructura de poder”

Por: Hugo Prieto

A finales del año pasado, el Centro de Investigaciones Populares concluyó el trabajo de campo que, entre otros objetivos, le pone un rostro a la pobreza que arroja el estudio Encovi de la Universidad Católica Andrés Bello (94 por ciento de la población). De acuerdo con Mirla Pérez*, ese rostro refleja el hambre, la precariedad y el sufrimiento de la inmensa mayoría de los venezolanos. Pero dejemos que sean las personas que ofrecieron sus relatos de vida y participaron en los grupos focales, en nueve estados del país, las que hablen de su propia realidad.  

Hambre. En la noche piensas en lo que vas a comer mañana. Pero tienes que hacer el proceso de adaptación. Primero el desayuno, después el almuerzo y luego la cena. Usted puede ver a la gente cargando chatarra, metal, la vende para poder comer, pero ya nadie come tres veces al día. Medios de sobrevivencia. Solidaridad vecinal. Vivo con mi mamá, dos hermanas y dos sobrinas. Ahí metemos un sancocho. Ah, ¿que si me pagaron?, vamos a comprar verdura. Cayó tal bono, anda y busca el queso. Y vivimos en ese plan. La rutina comunitaria del resuelve. Mucho movimiento, las personas salen a la calle para buscar lo de la cena, prenden el fogón porque no hay gas. El muchachito va a la iglesia que le da la comida dos o tres veces a la semana. Despoblamiento. ¿Y si me pasa algo? ¿Para dónde voy a correr si todas las casas están con las puertas cerradas? Educación. Hay una deserción bárbara de docentes. Quedaron como tres. Entonces, un docente se encarga de cada año, dando todas las asignaturas. Salud-Pandemia. Doctora, por favor, tome la temperatura. No hay termómetro, no hay tensiómetro, no hay nada. Movilidad. Hay que caminar como media hora hasta la avenida para agarrar un carro. Organizaciones en la comunidad. Aquí lo que se maneja es el CLAP. Tienes que ser cien por ciento chavista. Pero yo me disfrazo. 

¿Podría describir el rostro de la pobreza en Venezuela?

Nosotros somos una cultura matricentrada y las madres venezolanas son fuertes, echadas pa’ lante. Una madre que no ha necesitado a nadie, no ha necesitado al padre, porque la estructura es exclusiva. Ella va pa’ lante con sus hijos. Esa madre, en este momento, está sufrida porque no logra resolver el problema del hambre por su cuenta. En el retrato que hemos visto, esta madre, autosuficiente en toda su historia, ha tenido que abrirse a otras madres, a otras familias, y a la comunidad. El peso de la solución, que siempre estuvo sobre sus hombros, ha tenido que encontrarse con la convivencia -el homo convivali, del que hablaba el padre Alejandro Moreno-, esa característica, que también nos define como pueblo, es la que ha logrado contener un problema que podría ser mucho peor. Entonces, las familias se han unido, pueden ser cinco familias asociadas en una sola cocina. Eso significa que todos trabajan para todos. Y eso es un rasgo de solidaridad muy importante, partiendo de la familia. Luego, partiendo de la comunidad, el rasgo vecinal. Lo vimos en Sucre, con las ollas solidarias espontáneas, con los fogones comunitarios, allí se cocina lo que la comunidad va encontrando. Ese rasgo de vecindad, que pareciera estar desdibujado, justamente, es la tabla de salvación. 

Ollas solidarias hubo en Chile, en plena dictadura militar. Ollas solidarias organiza la Iglesia Católica en los barrios de las ciudades venezolanas. ¿Cómo es la organización espontánea de la que habla? ¿Cómo eso, de alguna manera, tiene una estructura?

Del camino familiar se transita al camino comunitario, con la eficiencia y el límite que imponen los propios recursos. La gente está dando lo que no tiene, porque la pobreza es generalizada. Nos llamó mucho la atención una experiencia que ocurrió tanto en Zulia como en Táchira. La gente envía 20 o 30 dólares al familiar que se quedó aquí para que haga una olla solidaria. Lo hace expresamente con el propósito de contribuir con el barrio donde alguna vez vivió. Eso no va a solucionar el problema, pero funciona como un mecanismo de distribución… ¡De la pobreza! Entonces, quien no tiene nada que comer puede comer. La emergencia humanitaria compleja -y es compleja porque su origen es político- está diseñada para que el hombre, el ser humano, la persona, sea lo más vulnerable posible, para que dependa del sistema. No es una creación exclusiva de Venezuela.

¿A qué se refiere concretamente?

Eso ocurre y ocurrió en todos los regímenes totalitarios. Lo puedes ver en “El libro negro del comunismo”, de Stéphane Courtois. El poder se va alimentando de la necesidad de las personas y de su vulnerabilidad. Para que el sistema se mantenga fuerte, necesita individuos débiles. Lo que hemos visto, en nuestras investigaciones, es que la estructura socio antropológica del venezolano está colocando una pared muy gruesa frente al sistema totalitario. El mundo popular se repliega en sus prácticas elementales -la convivencia, la matricentralidad, la relacionalidad- y, desde allí, va construyendo una suerte de caparazón que lo protege de aquel, consigue fuerzas en la dinámica cultural, que lo ha mantenido durante siglos. Y cuando hablo del mundo popular, lo hago haciendo hincapié en lo que decía Alejandro Moreno. Es un mundo que transversaliza las clases sociales, puede estar en la clase media como puede estar en los más pobres, en los más vulnerables. Es una estructura antropológica que tiene solidez, que tiene historia. Si bien no ha lidiado con tiranías totalitarias, sí ha lidiado con dictaduras. Diría que hasta hoy, marzo de 2022, la gente ha logrado sostenerse en lo que la identifica. Es un punto interesante y si el político lo toma, pudiera plantear algo diferente. 

Tenemos una clase política de espaldas a las necesidades de la gente, incapaz de plantear una solución a los problemas que usted ha planteado. ¿Qué significa eso?

Eso significa mucho: mientras entramos a un espacio, donde no haya una resonancia de la realidad en la práctica política -ya ni siquiera se trata del discurso político-, el camino de salida es y será mucho más largo. Hoy te puedo presentar esta radiografía: la gente está resistiendo, metida en su identidad, y preserva lo que realmente la fortalece frente al sistema de poder. Pero es la clase política la llamada a que esto -lo que está ocurriendo en el mundo popular, en el mundo social- pueda tener un nivel de articulación, no solo para convertirse en una estrategia de sobrevivencia, sino en una estrategia de poder. Eso es lo que puede hacer el político. ¿Quién sabe si dentro de 10 o 15 años pueda surgir un movimiento espontáneo? Pero apostarle a un movimiento espontáneo, en el sistema que tenemos, es aterrador y coloca a la clase política totalmente de espaldas a lo que está ocurriendo. Hay músculo, hay una realidad que, si se interpreta asertivamente y se realizan acciones que coincidan, de alguna manera, con lo que la gente hace desde sus formas organizativas, nos llevarían a superar esto que estamos viviendo. Pero necesitan volver la mirada al pueblo. Volver a la práctica política, comprender lo que ocurre. Un liderazgo que sepa escuchar, que no busque la reafirmación de sus posiciones, sino que pueda meterse en el mundo popular para crear las redes, los hilos, que se puedan articular en una estructura de poder. Creo que no hemos empezado a transitar por ese camino. 

Por generación espontánea no se va a producir ningún cambio. Además, diría que el hambre no vota y la pobreza no hace revoluciones. Entonces, ¿en qué situación estamos?

Políticamente tiene que surgir un movimiento, probablemente haciendo caída y mesa limpia, rompiendo con toda la estructura -la burocracia política-, y un liderazgo que sea capaz de mirar lo que está ocurriendo en los sectores populares y en la sociedad en general. Que pueda haber tejido y una estrategia que le dé fortaleza a un movimiento político. La misma sociedad civil está inmersa en esta realidad, pero la sociedad civil pretende ser neutral. Pero la neutralidad no es una opción. Hay que buscar la manera de entrelazar a las diversas organizaciones para que sean, insisto, una opción de poder. 

¿Cómo maneja las emociones, digamos, la angustia, la impotencia, quizás la rabia, frente a esta incapacidad, frente a esta realidad?

A uno se le va poniendo la piel gruesa, pero el encuentro con la persona ya es un aliciente, en el sentido de que tienes al otro frente a ti y puedes comunicarte, puedes tener intención para con él y por ahí encuentras una forma de drenar la rabia, la impotencia. Por otro lado, ir creando canales de diálogo con algunos políticos que quisieran escuchar esta realidad, esta palabra. Vas creando puentes de comunicación que permitan ver si esta semillita prende en alguien. Si llama la atención de alguien que pueda meterse en el entramado popular.

Ha hecho mención a la identidad, ¿identidad con qué conceptos?

Estoy hablando de una identidad cultural, familiar. Es una identidad matricentrada, fuerte, que le ha permitido a los venezolanos, por siglos, mantenerse vivos. La identidad está basada, precisamente, en la convivencia, en la solidaridad, en la fuerza de articulación que tiene la madre para poder resolver los problemas. Sobre la base (de esa identidad) se va generando el entramado comunitario. Pero hoy nos enfrentamos a una realidad hostil, porque ese entramado lo intenta colonizar el Estado comunal. Sin embargo, la colonización que uno ve es muy precaria, muy metida en sus propios núcleos institucionales, sin permear las maneras espontáneas de la organización comunitaria. El sentido de vecindad, por ejemplo, muy arraigado en el venezolano popular, va creando mecanismos de resistencia. Entonces, es una identidad basada en la cercanía, precisamente, en la vecindad. Eso, evidentemente, tenía una línea que lo atravesaba, que era la democracia. El venezolano no puede asumir su identidad sino a partir de la democracia. ¿Qué ocurre? La comunidad se repliega, llega el Estado comunal, trata de colonizar con las organizaciones que tiene, ¿pero qué tiene? Nomenclaturas y organizaciones que a veces se reducen a una sola persona. Pero el grueso de la comunidad no los está apoyando. El mecanismo que está funcionando es que la gente se está replegando en lo que históricamente he venido haciendo. Y resuelve los problemas del modo en que lo sabe hacer. Y ese hacerlo es, precisamente, identidad, es cultura y una manera autónoma de organizarse. 

Sin poder no se puede cambiar la realidad. Es tan sencillo como eso.  

El poder lo da la organización política, de ahí la demanda a los líderes políticos. Que sean capaces. Que se espabilen. Que dejen de mirarse el ombligo. De mirar sus propios partidos. Sus propias estructuras. La vida es mucho más que eso. La realidad los puede poner en un escenario distinto, aunque no lo haya previsto. Las negociaciones en México, por ejemplo, son una arista de la solución, pero ellos lo toman como la solución absoluta. Piensan la realidad, una y otra vez, en términos absolutos. No son capaces de ver otra cosa. Ese es el gran problema. ¿Qué puede surgir? No lo sé. En un escenario como el que estamos viviendo, de tanta incertidumbre, puede surgir cualquier cosa. Si el que está llamado, en términos de la política, a orientar la lucha por el poder, no lo hace, cualquier cosa puede pasar. Eso crea más angustia que ver el hambre o a la gente sufriendo. Diría que es comparable. ¿En qué sentido? Te enfrentas a los políticos como te enfrentas a una pared. No logran articularse entre ellos y menos a una realidad que les puede ser totalmente ajena. Es tremendo, ¿no?

Sí, porque estamos visualizando un camino mucho más largo. Y, mientras no haya esa conexión, mientras no se establezca esa relación, mientras los políticos no tengan voluntad de poder, pues no habrá una respuesta como la que usted está prefigurando. La gente se cansa y, por esa vía, el sistema político que tenemos termina de consolidarse. Eso ha ocurrido en otros países, en otras sociedades, y no podemos descartar que ocurra en Venezuela.

No lo veo así, yo creo que, desde hace dos o tres años, este sistema está muy débil, porque las estructuras que está implementando no logran encajar. No encajan. Pero así mismo diría que el Estado comunal está bien pensado y tiene una estructura que está buscando la cohesión, entre otras cosas, porque el país se ha ido fragmentando producto de la delincuencia. Pero el diseño no puede dar por hecho que el grueso de la población lo acepte. Todo lo contrario. Está en contra. El mapa geopolítico (la guerra en Ucrania), por ejemplo, le adiciona debilidad. Pero el gran problema es que la clase política no se quiere dar cuenta ni se quiere enterar. Dejarlo de manos de la población, a la intemperie, a la indeterminación, supone que surja otro liderazgo, pero eso no va a ocurrir mañana ni dentro de dos años.  

*Directora del Centro de Investigaciones Populares. Dra. en Ciencias Sociales. Profesora invitada al doctorado en Ciencias Políticas (UCV). Profesora titular en la Escuela de Trabajo Social (UCV). Articulista y autora de varios libros sobre familia, cultura popular y violencia delincuencial. 

Fuente: Mirla Pérez: “La neutralidad no es una opción, hay que construir una estructura de poder” – Prodavinci

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