La comunitariedad
La separación de la familia por la migración forzosa en las comunidades venezolanas deja desprotegidos a muchos que se quedan en condiciones de vulnerabilidad, la familia como el primer lugar de resguardo y protección queda desprovista de jóvenes y madres. La madre es el centro de la familia, el sentido vital, el nudo del vínculo afectivo y sostén del hogar. Por lo tanto, la familia se abre a la comunitariedad: “Y gracias a Dios, allí el tiempo que tenemos nos hemos hecho como una familia”.
La comunitariedad se va viviendo desde lo familiar, la solidaridad y el reconocimiento del más necesitado entre ellos, el vecino se asume para poder permanecer vivo: “Nos ayudamos mutuamente. O… ¿qué vas a hacer vos?, o… ¨¿qué voy a hacer yo?, y nos compartimos… porque ¡ajá!, ¿con quién vives el día a día y todo el día? Si a ti te pasa algo, ¿quién te puede ayudar? Un vecino, porque mientras que llegan los familiares ya, o te consiguen muerto o…”
La relación de vecino se establece, ya no como relación del próximo, sino como relación que es capaz de sostener la vida, el velar por la vida del otro, lo poco se comparte. La comunitariedad pone en las comunidades constantemente la experiencia del sancocho como cotidianidad. En la tradición popular el sancocho es el alimento en el que todos participan con lo que tienen en sus hogares, pero no solo alimenta, reúne y une a todos, la solidaridad se vuelve fraternidad.